Frutalia de Colombia,
poniendo el corazón por Boyacá
El amor por los campos y el afán por generar impactos positivos a nivel ambiental y social en Boyacá llevaron a Magda Cortés, William Cortés y José Gabriel Aranzazu a emprender un negocio que le dio la vuelta al consumo de frutas en Colombia y ha evitado que cerca de 8.5 toneladas de CO2 sean emitidas al planeta.
Era el año de 1995 y Magda Helen Cortés y su esposo, José Gabriel Aranzazu, llevaban pocos años de casados, acababan de tener a su primer bebé y soñaban con ser sus propios jefes. Pero sabían bien que toda meta se logra con trabajo en equipo y estrategia. En su caso, Magda asumió el reto de ponerse al frente de la que sería la nueva empresa, Frutalia de Colombia, mientras José Gabriel cuidaba su empleo y proveía el capital para el negocio, hasta el año 2005, cuando se vinculó de lleno con Frutalia de Colombia.
La idea comenzó por la finca de frutales del padre de Magda. Sin embargo, ella y José Gabriel querían darles un valor agregado a las frutas, de manera que pudieran obtener un mejor precio que al venderlas en fresco. Arrancaron con procesados tradicionales: mermeladas, bocadillos y pulpas. Y lo hicieron desde la cocina de la casa, en Tunja, Boyacá, para un mercado pequeño y local.
En el año de 1997 William Cortés, hermano de Magda, se sumó al proyecto e introdujeron una línea de aromáticas y bebidas calientes, hechas con pulpa de fruta, que se ha ido posicionado como el sello de la compañía.
Sabor, calidad e innovación podrían ser los tres pilares que han sostenido a Frutalia de Colombia incluso en los malos días. Esta receta insuperable les ha valido para ir construyendo un equipo de trabajo que, en el año 2015, llegó a contar con 33 personas, y que hoy, después de haber sufrido una fuerte caída en ventas y alta reducción de personal durante la pandemia, cuenta con 22, pero también con prácticas de producción mucho más eficientes.
A pesar de las adversidades, en 2020 decidieron apostar por un gran cambio. No solo renovaron el logo, refrescaron la marca y lanzaron una línea sin azúcar añadido. También asumieron retos de sostenibilidad que, para entonces, en Tunja resultaban revolucionarios e inspiradores: eliminaron la envoltura de plástico de sus productos e invirtieron en paneles solares con el fin de ahorrar energía y de reducir la huella de carbono.
Otro factor vital para el crecimiento de Frutalia de Colombia fue haber contado con Bancolombia desde el origen. “Estoy muy agradecida con el banco. En las buenas épocas, muchas entidades nos llamaron para ofrecernos productos, pero cuando vinieron las vacas flacas de la pandemia, solo Bancolombia se quedó con nosotros”, dice Magda. “De no haber sido por el banco, hoy no estaríamos contando esta historia”, complementa José Gabriel.
Iniciaron con cuenta bancaria empresarial en el año 2002, en 2006 pidieron el primer crédito constructor a Bancolombia para la planta de producción. Desde entonces, han sido varios los productos que han obtenido a través del banco. En 2020 obtuvieron un leasing con el que instalaron los paneles solares que empezaron a funcionar desde hace dos años. “Los paneles nos han permitido ahorrar un 80 % de energía diaria, que, en total, desde agosto de 2021, suman 63 millones de pesos. Pero además hemos dejado de emitir 8.5 toneladas de C02, lo que equivale a 211 árboles sembrados”, comenta José Gabriel.
El aporte de Frutalia de Colombia se evidencia en muchas cosas: en las 22 familias que cuentan con ingresos formales y justos, en los colaboradores que durante estos años se han realizado profesionalmente y han enviado a sus hijos a la universidad, en los 12 campesinos a quienes han capacitado en técnicas de cultivo, pero también en el arraigo a la región. “Esta empresa nació en Boyacá, creció aquí y aquí se quedó, poniendo el corazón por el crecimiento del departamento”, dice Magda, con orgullo.