Un nuevo análisis del manifiesto del libre mercado que cambió al mundo
Especiales08-07-2022
El 13 de septiembre se cumple el aniversario número 50 de un momento seminal en el mundo empresarial: la publicación en The New York Times Magazine del ensayo de Milton Friedman titulado “La responsabilidad social de las empresas es aumentar las utilidades”.
En DealBook, quisimos marcar la ocasión con una serie de conversaciones y debates. Así que, en un esfuerzo conjunto con Times Magazine, reunimos a 23 expertos (directores ejecutivos, economistas galardonados con el premio Nobel y líderes de los principales grupos de investigación) y les pedimos formular una respuesta al ensayo de Friedman. Algunos se concentraron en fragmentos específicos y otros debatieron las ideas de Friedman (y expresaron sus desacuerdos con ellas) en general.
El ensayo original completo está disponible en esta liga A continuación presentamos citas del trascendental ensayo de Friedman, junto con las respuestas de los expertos invitados.
1. Marc Benioff,
director ejecutivo de Salesforce
Nunca olvidaré mi experiencia al leer el ensayo de Friedman cuando cursaba mis estudios de administración en los años ochenta. Ejerció gran influencia (o quizá debería decir que les lavó el cerebro) en toda una generación de directores ejecutivos que adoptaron la firme creencia de que lo único importante para los negocios son los negocios. El título condensaba el concepto. ¿Cuál era nuestra única responsabilidad con la sociedad? Generar dinero. Las comunidades que se movían fuera del espacio empresarial no eran nuestro problema.
No estuve de acuerdo con Friedman entonces, y las décadas subsecuentes han ido revelando su miopía. Basta observar a dónde nos ha llevado la obsesión por maximizar las utilidades de los accionistas: terribles desigualdades económicas, raciales y de salud; la catástrofe del cambio climático. Con razón tantos jóvenes ahora creen que el capitalismo no es capaz de crear el futuro equitativo, inclusivo y sostenible que desean. Llegó la hora de aplicar un nuevo tipo de capitalismo, el capitalismo de las partes interesadas, que reconozca que nuestras empresas tienen responsabilidades frente a todos los grupos de interés involucrados en su funcionamiento. Claro que los accionistas son uno de esos grupos, pero también están ahí nuestros empleados, clientes, comunidades y el planeta.
2. Martin Lipton,
socio principal en Wachtell, Lipton, Rosen & Katz
La parte más significativa del ensayo de Friedman era el título. Durante medio siglo, esta frase que sintetiza no solo ese ensayo, sino también los escritos económicos anteriores de Friedman, se ha empleado para respaldar la idea de que la “prioridad de los accionistas” es la base del capitalismo estadounidense. La doctrina de Friedman precipitó una nueva era de cortoplacismo, adquisiciones hostiles, financiamiento con bonos de baja calidad crediticia y la erosión de protecciones para los empleados y el medioambiente con tal de generar más utilidades y maximizar el valor entregado a los accionistas. Esta versión de capitalismo comenzó su ascenso en los años ochenta y mantuvo esa tendencia hasta la crisis financiera de 2008, cuando nos topamos con una ilustración muy gráfica de los peligros del cortoplacismo y los daños económicos y sociales a largo plazo de darle prioridad a los accionistas comenzaron a generar un mayor sentido de urgencia.
Desde entonces, la doctrina Friedman ha sufrido una erosión considerable, a medida que un número creciente de líderes empresariales, inversionistas, legisladores y miembros destacados de la comunidad académica ha ido adoptando el capitalismo de los grupos de interés como mecanismo clave para lograr una prosperidad sostenible, extensa y a largo plazo en Estados Unidos. Este cambio se hizo evidente cuando el Foro Económico Mundial adoptó en 2016 El nuevo paradigma y, en 2020, cuando el manifiesto de Davos expresó su compromiso con los principios de los grupos de interés y los criterios ESG (por la sigla en inglés de ambientales, sociales y de gobierno). Ahora, y en el futuro, el gobierno de las partes interesadas es el cimiento del capitalismo estadounidense.
3. David R. Henderson,
investigador del Instituto Hoover
Leí el ensayo de Friedman por primera vez unos meses después de su publicación, y en esencia concordé con sus argumentos. No obstante, al volver a leerlo me percaté de que Friedman critica a los empresarios que sienten la responsabilidad de “eliminar la discriminación”. Eso me pareció extraño. Sin duda, Friedman conocía el trabajo de su colega Gary Becker sobre discriminación. Becker concluye que un patrón que discrimina a las personas negras, por ejemplo, pierde la oportunidad de contratar a una persona productiva y, por lo tanto, pierde posibles ingresos.
En términos económicos, este aspecto puede manifestarse de dos maneras. Es posible que una discriminación generalizada contra las personas negras se exprese en salarios más bajos, por lo que una empresa que discrimina pierde la oportunidad de contratar a una persona productiva por un costo reducido. También puede suceder que la empresa tenga un escalafón de salarios para un cargo, en cuyo caso la empresa que discrimina a candidatos negros pierde la oportunidad de contratar a un candidato negro más productivo por el mismo salario con el que contrata a un candidato blanco menos productivo. Por lo tanto, las empresas que no intentan reducir la discriminación de hecho no actúan según conviene a los accionistas, pues pagan demasiado o bien obtienen muy poco.
4. Howard Schultz,
presidente emérito de Starbucks
He hecho esta pregunta desde que abrí mi primera cafetería en 1986. Mi respuesta, en reproche al enfoque de Friedman concentrado en los ingresos, apareció en la misión original de la compañía: “Deseamos ser un activo económico, intelectual y social en las comunidades en las que operamos”. La idea es no hacerlo a costa de los ingresos, sino para que estos aumenten.
Algunas de las iniciativas de Starbucks fueron darles a los baristas de medio tiempo acceso a servicios médicos y educación universitaria gratuita; organizar acciones de voluntariado en los barrios; hablar abiertamente de racismo; y ayudar a jóvenes de bajos recursos a encontrar su primer empleo. La ética detrás de esas iniciativas (que las empresas tienen la responsabilidad de mejorar las sociedades en que florecen) fue integral para que Starbucks pudiera contratar a empleados fabulosos y atrajera clientes, lo que a su vez les produjo rendimientos del 21.826 por ciento a los accionistas entre 1992 y 2018, el año en que dejé el cargo de presidente ejecutivo.
Si Friedman se hubiera opuesto a estas acciones, so pretexto de que Starbucks habría tenido un mejor desempeño sin estas actividades “de responsabilidad social”, le habría respondido lo mismo que a un inversionista institucional que quería que recortara los costos de servicios de salud durante la Gran Recesión, o lo que le dije en 2013 a un accionista que con toda falsedad afirmó que el apoyo de Starbucks a los derechos de los homosexuales afectaba las ganancias: si crees que puedes obtener mejores rendimientos en otra parte, nadie te impide vender tus acciones.
En 2013, me presenté ante los accionistas de Starbucks y les hice esta pregunta: “¿Cuál es el papel y la responsabilidad de una empresa pública con fines de lucro?” La respuesta imperfecta de Friedman no es su legado. Su legado es la pregunta en sí, que los líderes actuales deben responder con un renovado compromiso para encontrar el equilibrio entre propósito moral y gran desempeño.
5. Alex Gorsky,
director ejecutivo de Johnson & Johnson
Friedman merece respeto por su análisis, pero esto resalta cómo han evolucionado los inversionistas y la sociedad en los últimos 50 años. A los empleados les importa cómo funcionan las empresas. Muchos de ellos también son accionistas, y les exigen a los directivos hacer algo para resolver problemas sociales.
En 1943, cuando Johnson & Johnson se preparaba para su oferta pública inicial, Robert Wood Johnson dejó muy claras las responsabilidades de nuestra empresa: en primer lugar, tenemos una responsabilidad frente a los pacientes, doctores y personal de enfermería, madres y padres y demás personas que utilizan nuestros productos y servicios, y después frente a nuestros clientes y socios, nuestros empleados y nuestras comunidades. Por último, tenemos responsabilidad frente a nuestros accionistas. Tenemos la fortuna de contar con accionistas de hace mucho tiempo que han valorado este equilibrio de intereses. Ahora los mercados incluyen cada vez más a esos accionistas. Nuestro desempeño a lo largo de varias generaciones, cuando la vida de una empresa del índice S&P 500 en la actualidad es de menos de 20 años en promedio, hace patente que las empresas no tienen que elegir entre servir a un grupo amplio de partes interesadas o generar valor financiero a largo plazo para sus accionistas. Volver a analizar este ensayo es un buen ejercicio y nos recuerda la importancia de autoexaminarnos.
6. Marianne Bertrand,
profesora de Economía en la Escuela de Negocios Booth de la Universidad de Chicago
La mentalidad de que los accionistas son la prioridad para las empresas, que les da poca importancia a los empleados, los clientes y las comunidades afectados por las decisiones corporativas, ha sido el “modus operandi” del capitalismo estadounidense. ¿Por qué esta perspectiva se volvió tan dominante? Uno de los motivos fue muy práctico. En vez de tener que equilibrar varios intereses, que en general compiten entre sí, al administrador se le encomienda una sencilla tarea objetiva. Sin embargo, un motivo todavía más importante fue la creencia ingenua, dominante en la escuela de Chicago en esa época, de que cualquier cosa buena para los accionistas era buena para la sociedad (esta creencia se basaba en la premisa de que los mercados funcionaban a la perfección). Por desgracia, los mercados perfectos solo existen en los libros de texto de Economía.
Para ser honestos, lo más probable es que Friedman estuviera consciente de la fragilidad de esta suposición. Quizá por eso recomienda “generar todo el dinero que sea posible sin contravenir las normas básicas de la sociedad” en vez de solo decir que hay que “generar todo el dinero que sea posible y punto”. La idea es que se escribirán leyes que ayuden a componer las numerosas imperfecciones del mercado y alinear de nuevo la consigna de maximizar las utilidades con el bienestar social.
No obstante, es evidente que no tenemos estas leyes “correctoras”. Como consecuencia de la laxa aplicación de las leyes de competencia libre y leal, el monopsonio se afianza cada vez más en el mercado laboral, lo que exprime los salarios de los trabajadores; además, siguen sin cobrarse impuestos por muchas actividades contaminantes que acaban con el planeta. El gobierno debería aprobar leyes para controlar las conductas enfocadas a maximizar las utilidades, pero hay demasiados legisladores que son empleados de los accionistas y cuyo éxito en las contiendas electorales depende de donativos de campaña y otras formas de apoyo financiero significativo.
7. Daniel S. Loeb,
director ejecutivo de Third Point
El eterno ensayo de Friedman resuena ahora que la esfera empresarial estadounidense adopta el “capitalismo de las partes interesadas”, un concepto popular que contradice la legislación. El capitalismo de las partes interesadas distorsiona el incentivo que mueve a los inversionistas a arriesgar su capital: la promesa de rendimientos por su inversión. Por este motivo, comparto la inquietud de Friedman en cuanto a que un movimiento a favor de darle prioridad a “grupos de interés” que no se definan con claridad podría dar cabida a que algunos ejecutivos pongan en primer lugar sus planes personales o sencillamente camuflajeen su falta de competencia (hasta que los escasos rendimientos de los accionistas la saquen claramente a la luz).
Tampoco quiero decir que los principios ESG (ambientales, sociales y de gobierno) no tengan un espacio en la cultura empresarial o las estrategias corporativas. En mi experiencia, casi siempre hay estándares elevados en estas áreas en las grandes compañías. La motivación de los mejores directores ejecutivos en quienes invertimos y con quienes interactuamos por lo regular es la misión de ofrecerles excelentes productos o servicios a sus clientes, y ganar dinero es tan solo una consecuencia de ese deseo. Afortunadamente, en Estados Unidos operamos en un sistema legal y de gobierno codificado que reconoce nuestro derecho como propietarios de cuestionar o remplazar a los consejeros que se desvíen del deber fiduciario de evitar el tipo de misión deformada que describe Friedman.
8. Oren Cass,
director ejecutivo de American Compass
Las suposiciones lógicas de Friedman embonan minuciosamente una sobre otra, pero en la raíz se encuentra una afirmación insostenible: que los propietarios de las empresas en general solo buscan ganar todo el dinero posible. Si esto fuera cierto, quizá se cumpliría el resto. El problema es que esta proposición es empíricamente falsa. Las empresas que tienen un solo propietario o pocos inversionistas por lo regular aplican en sus operaciones acciones que toman en cuenta a sus empleados, comunidades y clientes, y que no maximizan en absoluto los ingresos.
¿Qué podríamos decir sobre los accionistas anónimos y dispersos por los que tanto se preocupa Friedman? Es de lo más difícil discernir cuáles son sus preferencias. Ese no es un buen razonamiento para convencernos de que “generar todo el dinero posible” sea la instrucción adecuada para los administradores. ¿Por qué no decirles que “operen como crean que lo haría un miembro responsable de la comunidad”? Con la misma facilidad podríamos decir que al menos eso es lo que los propietarios quieren en general.
La mejor defensa de la consigna “ganancias ante todo” de Friedman es que los accionistas de una empresa pública con muchos accionistas no son como los empresarios que tienen un compromiso personal. Distantes, difusos y en muchos casos ocultos detrás de varias capas de ficción legal, no tienen la obligación de rendirles cuentas a las comunidades en que operan sus empresas, donde incluso es posible que nadie los conozca. En general, ni saben ni les importa saber cómo operan esas empresas.
Si este es el argumento de Friedman, se trata menos de una celebración del poder del libre mercado que de una denuncia brutal. No hay un hilo lógico que lleve de ese punto a su doctrina sobre la primacía de los accionistas. Por el contrario, si ese control es predominante, la conclusión debería ser que quizá sean necesarias restricciones legales más firmes para canalizar la búsqueda de ganancias hacia la meta de generar prosperidad generalizada.
9. Oliver Hart,
profesor de Economía en la Universidad de Harvard, galardonado con el premio Nobel en 2016
Friedman argumentaba que las empresas debían concentrarse en generar dinero y dejarles los temas éticos a los individuos y al gobierno. Un buen ejemplo son las obras de beneficencia: en vez de hacer una aportación a una institución de beneficencia, ¿no sería mejor que una empresa elevara sus dividendos y les permitiera a los accionistas elegir su propia institución favorita?
El planteamiento de la institución benéfica es convincente, pero no es de aplicación universal. Analicemos el caso de una empresa minorista que vende rifles estilo militar en sus tiendas con fines de lucro. Supongamos que somos accionistas y estamos a favor de que se reduzca el número de armas. ¿Apoyaríamos la estrategia de negocios actual con base en el argumento de que podríamos utilizar dividendos más elevados para promover la seguridad en materia de armas? Lo más probable es que no: en vez de eso, quizá preferiríamos que la empresa no vendiera rifles estilo militar y aprovechar nuestra influencia como accionistas para apoyar este cambio de política.
La diferencia entre el ejemplo de la institución de beneficencia y el de los rifles es que las empresas no cuentan con una ventaja comparativa con respecto a los donativos a causas benéficas, mientras que una empresa minorista bien puede tener una ventaja comparativa si reduce la disponibilidad de las armas. Por lo tanto, es necesario modificar la doctrina Friedman. En vez de dar por hecho que los accionistas siempre quieren más dinero, las empresas deberían preguntarles si están dispuestos a sacrificar parte de esas ganancias para lograr otras metas sociales y ambientales. Incorporar sus deseos en el proceso de toma de decisiones podría producir mayor bienestar para los accionistas, no solo riqueza, y también mejorar el mundo.
10. Erika Karp,
directora ejecutiva de Cornerstone Capital Group
Friedman comete el error de no incluir dos palabras: “largo plazo”. Si hiciera referencia a “principios a largo plazo y consecuencias a largo plazo”, quizá las empresas serían más cautelosas para utilizar su capital financiero, tanto el capital natural como el humano. Respetar el valor de cada una de estas formas refuerza el valor a largo plazo de la otra. Friedman también habla de “las reglas del juego”, y hay que tener en cuenta que las reglas han cambiado en 50 años. La disciplina emergente del análisis de factores ambientales, sociales y de gobierno (ESG, por su sigla en inglés) como parte de la evaluación de perspectivas de éxito corporativo es esencial para el rendimiento… a largo plazo. El análisis ESG no es un estilo de inversión; tampoco es una estrategia ni una clase de activo: es una herramienta de conocimiento predictivo. Friedman dijo en una ocasión: “Los gobiernos nunca aprenden. Solo las personas aprenden”. Así que podemos decir que los inversionistas y las empresas han descubierto una mejor manera, más holística, de servir a los accionistas en el largo plazo. Esa es la economía de libre mercado para el siglo XXI.
11. Joseph Stiglitz,
profesor de Economía en la Universidad de Columbia y premio Nobel de Economía en 2001
El ensayo de Friedman y sus demás escritos sobre el tema tuvieron, por desgracia, una enorme influencia. Ayudaron a cambiar no solo la mentalidad de la comunidad empresarial, sino también leyes y normas de gobierno corporativo. Los tribunales han emitido fallos en que afirman que las empresas están obligadas a maximizar las ganancias y el valor entregado a los accionistas, y pueden dejar de lado otros objetivos. En síntesis, Friedman, a través de sus distintos escritos, promovió la idea del “capitalismo de los accionistas”, conforme a la cual el único objetivo de las empresas es maximizar el bienestar de sus accionistas. Friedman no originó esta idea, por supuesto, y si no hubiera reflejado el espíritu de esos tiempos, sus argumentos habrían caído en oídos sordos.
Para cuando escribió este ensayo, Friedman, que había realizado trabajo analítico y empírico sobresaliente en el campo de la Economía, en general se había convertido en un ideólogo conservador. Di una plática en la Universidad de Chicago alrededor de esa época, y presenté una versión inicial de mi investigación en la que establecía que cuando había mercados de riesgo imperfectos e información incompleta (o sea, siempre), las empresas que buscaban maximizar sus utilidades no maximizaban el bienestar social. Expliqué los aspectos problemáticos de la conjetura de Adam Smith sobre la mano invisible, según la cual la búsqueda del interés propio conduciría, como si fuera guiada por una mano invisible, al bienestar de la sociedad. Durante el seminario, y en largas conversaciones que sostuvimos con posterioridad, Friedman sencillamente no pudo, o no quiso, aceptar el resultado, pero, por supuesto, tampoco pudo refutar el análisis. Ya pasó medio siglo y mi análisis ha resistido la prueba del tiempo. Su conclusión, con todo y lo influyente que fue, no la resistió.
La ridiculez de su análisis se observa con total claridad a partir de un ejemplo. Supongamos que, en nuestra democracia imperfecta, las empresas dedicadas a la extracción de carbón utilizan donativos de campaña para bloquear leyes diseñadas con el propósito de restringir la contaminación. Supongamos que eres gerente de una de las muchas empresas que podrían invertir un poco de dinero para reducir la contaminación. Te importa el futuro de tus hijos, tu familia y tu comunidad, pero también el de tu empresa. ¿Podrías tomar la decisión irresponsable, según las proposiciones de Friedman, de reducir la contaminación producida por tu empresa, a sabiendas de que eso disminuiría sus utilidades? ¿Sería irresponsable de tu parte intentar persuadir a otros miembros de tu industria de hacer lo mismo, aunque no pudieras persuadir al Congreso de aprobar un proyecto de ley que te obligara a hacerlo? Creo que no. Si decidieras actuar de esta manera, al igual que otros, esa decisión produciría un mayor bienestar social.
La postura de Friedman se basa en una idea errónea, no solo de la economía, sino del proceso político democrático. Es cierto que, en un mundo ideal, el Congreso aprobaría leyes para garantizar que en toda circunstancia los rendimientos privados y sociales de toda actividad corporativa estuvieran alineados a la perfección. Sin embargo, en una democracia en que el dinero es importante(una verdad evidente en este país),las empresas tienen un interés privado en hacer todo lo posible para asegurarse de que las reglas del juego sean convenientes para ellas y no para el público en general. Y por lo regular lo logran.
En estos momentos, los aspectos negativos de la perspectiva de Friedman son todavía más siniestros: ¿acaso es responsabilidad social de Mark Zuckerberg permitir que en su plataforma se difunda desinformación con total libertad? ¿Es responsabilidad de Zuckerberg cabildear para deshacerse de un incómodo competidor extranjero y luchar para que su empresa no esté sujeta a restricciones en materia de competencia ni obligaciones de rendición de cuentas, con tal de aumentar sus ganancias? Friedman respondería que sí. La teoría económica, el sentido común y la experiencia histórica sugieren lo contrario. Es bueno que la comunidad empresarial haya despertado. Ahora habrá que ver si ponen en práctica lo que predican.
12. Leo E. Strine Jr.,
expresidente del Tribunal Supremo de Delaware, y JOEY ZWILLINGER, fundador y director ejecutivo de Allbirds
Friedman escribió en una época en que los principios del New Deal contribuían a producir una prosperidad generalizada y reducir la pobreza, además de ayudar a los estadounidenses negros a dar los primeros pasos reales hacia la inclusión económica. Desde entonces, Estados Unidos ha retrocedido en materia de igualdad y seguridad económica, situación que la pandemia de COVID-19 ha expuesto y es evidente para todos.
En los últimos 50 años, en vez de ganancias para los accionistas y de que los altos ejecutivos monitoreen las ganancias para los trabajadores, como solía ser en el periodo en que escribió Friedman, los rendimientos de nuestro sistema capitalista tienden a ir a las manos de los ricos. Entre 1948 y 1979, la productividad de los trabajadores aumentó un 108,1 por ciento y los salarios se elevaron un 93,2 por ciento; por su parte, el mercado bursátil creció un 603 por ciento.
En contraste, entre 1979 y 2018, la productividad de los trabajadores aumentó un 69,6 por ciento, pero la riqueza creada por este aumento en la productividad terminó en general en manos de ejecutivos y accionistas, pues los salarios de los empleados solo subieron un 11,6 por ciento en este periodo, mientras que la remuneración de los directores ejecutivos se elevó un enorme 940 por ciento y el mercado bursátil creció un 2200 por ciento. Si quieren revertir el paradigma de Friedman, las empresas deberían adoptar una responsabilidad afirmativa hacia los grupos de interés y la sociedad. Pero ese aspecto es tan solo la mitad de la batalla. Los líderes empresariales deben promover acciones para que el gobierno vuelva a instaurar reglas del juego justas; respetar la necesidad de instituciones públicas fuertes y resilientes para regir una sociedad compleja; pagar impuestos en la medida justa; y dejar de utilizar fondos corporativos para distorsionar el proceso político de la nación estadounidense.
13. Sara Nelson,
presidenta internacional de la Asociación de Sobrecargos-C.W.A., A.F.L.-C.I.O.
En la actualidad, por lo menos el 46 por ciento de los empleados estadounidenses no sindicalizados afirman que se afiliarían a un sindicato, y los sindicatos tienen un índice de aprobación del 64 por ciento. Por desgracia, solo alrededor del 10 por ciento de los trabajadores pertenecen a algún sindicato. Esa brecha del 36 por ciento, equivalente a más de 56 millones de trabajadores, demuestra el impacto del gasto corporativo en los últimos 50 años.
14. Dambisa Moyo,
economista global y autora del título de reciente publicación “Edge of Chaos”.
En términos generales, lo que Friedman dijo en ese entonces todavía es cierto, pero en lo personal, tengo un problema fundamental con esta oración: “Pueden hacer el bien, pero solo a su propia costa”. Para la mayoría de las empresas actuales, la posibilidad de “hacer el bien” se ha convertido en una pregunta existencial. Las empresas operan con recursos suficientes y quieren sobrevivir. Enfrentan cambios tecnológicos, cambios en preferencias de consumo, cambios en la legislación, por lo que se han visto obligadas a dejar de resistir esos cambios y, en cambio, adaptarse a ellos. Un ejemplo es la empresa farmacéutica que busca una solución para el cáncer. Su meta es un bien social. Desde la perspectiva de las empresas, buscan lo mismo que la sociedad. La meta de obtener utilidades no tiene por qué ser contraria a aquello que beneficia a la sociedad. En algunos casos, los intereses de la empresa están absolutamente entrelazados con el bien social.
15. Robert Reich,
profesor de Política Pública en Berkeley y exsecretario del Trabajo
En la época en que se escribió este texto, el argumento de Friedman parecía irrefutable. Sin embargo, tenía un defecto que no podría haber previsto. En el medio siglo pasado, las grandes empresas han ganado tanta influencia sobre el gobierno que tienen oprimida a nuestra democracia.
Según un estudio que realizaron en 2014 Martin Gilens, profesor de Princeton, y Benjamin Page, profesor de la Universidad del Noroeste, las preferencias del estadounidense común y corriente tienen una influencia mínima, o ninguna influencia, en el diseño de las políticas del gobierno. El estudio analizó a profundidad 1779 temas de política, y determinó la influencia relativa de las élites económicas, los grupos con intereses mercantiles y numerosos seguidores, y los ciudadanos comunes y corrientes. Según concluyó: “Al parecer, las preferencias del estadounidense promedio tienen un efecto mínimo, casi inexistente y sin importancia estadística, en la política pública”.
Los legisladores ponen atención a las exigencias de las grandes empresas, que tienen más experiencia de cabildeo. Cabe destacar que los datos de Gilens y Page corresponden al periodo comprendido entre 1981 y 2002, antes de que la decisión de la Corte Suprema en el caso de Citizens United permitiera grandes donaciones privadas a las campañas electorales.
En gran medida debido a este incremento en el financiamiento corporativo a las actividades políticas, se han recortado los impuestos a las corporaciones, se han comenzado a desbaratar las redes de seguridad para los pobres y ha menguado la inversión pública en educación e infraestructura. Los rescates corporativos y el bienestar empresarial ahora dominan al “mercado libre”. A los accionistas y los altos ejecutivos les va extremadamente bien, pero casi nadie más está bien.
Si a los directores ejecutivos actuales de verdad les interesara la responsabilidad social, aprovecharían su enorme influencia política para lograr que las campañas se financiaran con fondos públicos y respaldarían una reforma constitucional para establecer límites al cabildeo de las empresas y el gasto de campaña, de tal manera que las grandes empresas nunca más pudieran tener tanto poder político. En teoría, Friedman estaría de acuerdo con estas acciones porque son deducciones lógicas de su argumento. Pero mejor esperen sentados.
16. Glenn Hubbard,
profesor de Economía en la Escuela de Negocios de Columbia
La teoría de Friedman fue controvertida hace 50 años, y todavía lo es en la actualidad. Sin embargo, es más o menos correcta. En una interpretación un tanto injusta, se ha afirmado que el enfoque de Friedman se refiere a “valor a corto plazo”, a generar ganancias en beneficio de los accionistas actuales y en detrimento de otros grupos de interés. No obstante, es mejor interpretar que Friedman promueve la estrategia de maximizar el valor para los accionistas a largo plazo.
En ese sentido, una estrategia para obtener beneficios a corto plazo a costa de los grupos de interés, que bien podrían decidir no trabajar para la empresa, no ser sus proveedores o no comprarle, no suena muy lógica. Hay otro problema, que Friedman tomó en cuenta: incluso si se busca maximizar el valor ofrecido a los accionistas a largo plazo, esa sola acción no puede resolver todos los problemas de la empresa. Podría decirse que algunos problemas, como por ejemplo el cambio climático, son más complejos de lo que describe Friedman. En estos casos, es necesario concretar cambios de política pública.
17. Ken Langone,
fundador de Home Depot y autor del título “I Love Capitalism!”
De los muchos pensamientos profundos de Friedman, el más malinterpretado es el que dice que una empresa puede realizar gastos de buena voluntad “cuya única justificación es el interés propio”. En lo personal, me parece una explicación de la verdad más fundamental del capitalismo: en todo intercambio voluntario, ambas partes se benefician.
En Home Depot, la empresa que fundé con otros colegas en 1978, les pagamos a los trabajadores permanentes nuevos mucho más que el salario mínimo federal, con prestaciones excelentes y posibilidades de ascensos. Es bueno para los empleados y también para la empresa. Nuestros proveedores, tras concretar una venta, deberían sentir que el acuerdo es igual de bueno para ellos que para nosotros. Los clientes, al salir de nuestra tienda, deberían estar convencidos de haber recibido el producto que necesitaban al mejor precio.
También por eso, cuando hay consenso en Home Depot de que debemos ayudar con nuestra experiencia, lo hacemos. Organizamos actividades de ayuda comunitaria con los veteranos militares que regresan y los miles de militares retirados que son empleados saben cómo forjar esos vínculos, que fortalecen nuestra cultura. De inmediato tras los ataques del 11 de septiembre, llevamos al lugar generadores, cableado eléctrico, lámparas y muchos otros productos esenciales para ayudar a los rescatistas en la zona cero. Hacemos lo mismo cuando hay huracanes e inundaciones. Nuestros empleados están profundamente orgullosos de que pongamos los conocimientos técnicos de Home Depot al servicio del país cuando se requiere.
¿Cuál es el hilo común de estas acciones tan variadas? Todas ellas mejoran la rentabilidad de la empresa de maneras distintas. Los empleados son más productivos cuando se les trata con generosidad y su trabajo significa algo. Los clientes y proveedores establecen relaciones más estrechas con nosotros porque saben que se basan en la confianza mutua. Ayudar cuando ocurren desastres le demuestra a la comunidad que Home Depot sabe cómo solucionar problemas de reparaciones con rapidez.
Pero si ignoramos la percepción cristalina de Friedman, que las utilidades son el impulso principal, entonces se desmorona por completo la misión, con todo y la buena voluntad. Cuando convertimos la idea de las utilidades en un insulto insensible, como hacen en general los críticos más indolentes de Friedman, le restamos importancia a la fuerza impulsora esencial que permite que ocurran todas estas buenas obras interconectadas.
Después de más de 50 años de invertir, he visto a la orilla del camino de los negocios los restos de muchas empresas que perdieron de vista su principal objetivo, con todo y que una de sus metas era el altruismo puro por su propio bien. En cierta época, Eastman Kodak era una reluciente historia de éxito, una empresa del país incluida en el Dow 30 y con una enorme capitalización de mercado. También invirtió grandes cantidades de dinero en una lista interminable de obras benéficas, muchas de ellas en el norte de Nueva York, donde se conocía a Eastman Kodak como una empresa “forrada”.
Después de un tiempo, la empresa perdió de vista sus objetivos y se combinaron muchos factores que culminaron con su desaparición. Cuando la competencia comenzó a innovar, a Kodak le faltaron la destreza y la iniciativa estratégica para mantenerse al nivel. La sacaron del Dow en 2004 y quebró en 2012. Se agotaron los donativos caritativos. Miles de trabajadores perdieron su empleo. El dinero de los inversionistas se evaporó. Y el norte de Nueva York ahora es una de las regiones con más problemas económicos del país.
Todos nuestros inversionistas, empleados, socios y clientes también se merecen tener total libertad y seguridad para participar en obras de caridad de su elección. Pero solo podrán extender sus alas si la empresa les da los rendimientos necesarios para hacerlo.
¿Está esa gente ordinaria tan carente de bondad y sentido común que debería darle a algún periódico puntilloso o a un grupo con intereses especiales y un megáfono el derecho imaginario de decidir cómo debería utilizar su empresa el dinero ganado debidamente y con el que cuenta?
Como advirtió Friedman, decir que sí no solo denigra a todos los estadounidenses. Confina la totalidad de nuestra vida a la política. Significa que cada circunscripción electoral que saquea al gobierno para sacar ventaja también puede competir y con maña decidir cómo se distribuyen sus ahorros e inversiones. Peor aún, ni siquiera tienen que reunir votos o hacer caso de los controles que salvaguardan nuestra democracia pública. Solo tienen que amenazar, engatusar y reprender a empresas supuestamente avariciosas que se atreven a objetar o dudar.
Ese es el argumento esencial de los adversarios de Friedman: Más les vale hacer lo que preferimos. Pero los estadounidenses desde hace tiempo han resistido este tipo de intimidación desvergonzada. La mejor manera de comprender a Friedman y la perdurable fortaleza de sus ideas es percatarse de que expresa con gran elocuencia lo que los estadounidenses hemos sabido desde siempre en el corazón y ha hecho resplandecer tanto a nuestro país.
18. Anand Giridharadas,
autor de “Winners Take All: The Elite Charade of Changing the World”
Hoy en Estados Unidos alguien será despedido a pesar de que su empresa haya anunciado ingresos récord. A alguien le reducirán las horas de trabajo sin advertencia previa. El agua de alguien quedará envenenada a consecuencia de la fractura hidráulica. Y uno de los villanos a los que hay que agradecerles que sea así es Milton Friedman.
En este ensayo, Friedman critica a los empresarios por salirse de su carril (la búsqueda de ganar dinero) y preocuparse por el bien social, algo que denomina “decoración de escaparates”. Los empresarios no deberían asumir “funciones de gobierno” como ocuparse del bienestar público. En este punto, en realidad, concuerdo.
Pero debo hacer una aclaración. Friedman condena sin reparo al empresario que incursiona en territorio público para hacer obras de caridad, ser considerado con los empleados o invertir en la gente común y corriente porque quiere que todas estas funciones se le dejen al gobierno. Es una tragedia que Friedman pase por alto condenar la otra manera, más significativa, en que los empresarios se inmiscuyen en la esfera pública: no con una motivación caritativa, sino con la intención de amañar situaciones gracias al cabildeo, las donaciones a campañas, el patrocinio de líderes de opinión, el blanqueo filantrópico de reputaciones y la penitencia de mencionar derechos. De hecho, apoya este tipo de intromisión. Dice que una empresa puede “generar buena voluntad gracias a gastos totalmente justificados por sus propios intereses” (o sea, el fariseísmo neoliberal) y que sería “incongruente que instara a los ejecutivos corporativos a abstenerse de hacerlo”.
La visión de Friedman podría haber funcionado si las empresas de verdad se quedaran en su carril y le dejaran el campo libre a unos sectores público y cívico sólidos para crear normas capaces de aprovechar la energía de las empresas privadas para lograr el máximo bien para todos. Por el contrario, les ofreció a las empresas una excusa moral para ser despiadadas sin preocuparse en lo más mínimo por el bien común y les dio rienda suelta para inmiscuirse en la esfera pública con el pretexto de reescribir las reglas.
19. Larry Fink,
director ejecutivo de BlackRock
Es esencial tener algún contexto histórico para comprender las opiniones deFriedman. Vivía en un mundo mucho menos transparente, que abarcaba un rango muy amplio de prácticas mercantiles y cuya existencia se centraba profundamente en Estados Unidos. Escribió este ensayo en una atmósfera en que la posibilidad de restricciones al libre mercado era muy real. Al año siguiente de la publicación de este ensayo, Nixon implementó el tipo de controles sobre salarios y precios que Friedman temía. Era un mundo muy distinto del que conocemos en la actualidad, en que los libres mercados, la tecnología y la globalización han sacado a cientos de millones de personas de la pobreza, pero también han provocado un aumento significativo de la desigualdad.
Con esto en mente, y en un contexto en que los gobiernos del mercado desarrollado son mucho menos intervencionistas, me parece que las empresas pueden, y deberían, hacer más para colaborar con todos los grupos de interés involucrados en su funcionamiento y atenderlos. Las empresas tienen que ganarse a diario el permiso social para operar, y las compañías multinacionales deben ser cada vez más locales y participar en las comunidades en las que operan. En el mundo actual, un mayor sentido de responsabilidad de las empresas no va a socavar los mercados libres, como propone Friedman; por el contrario, en realidad es esencial para conservarlos y fortalecerlos.
No quiero decir que las empresas deberían poner en riesgo sus ganancias con tal de hacerlo. Si una empresa deja de operar, no es bueno para nadie. Eso sí, las empresas pueden y deberían encontrar la manera de alinear su propio éxito con el de las comunidades en que operan. No se trata tan solo de mi opinión; es lo que nos han dicho los clientes de BlackRock. Ellos son los accionistas, los verdaderos propietarios de estas empresas, y sus intereses inspiraron el ensayo de Friedman.
20. Thea Lee y Josh Bivens,
presidenta y directora de investigación del Instituto de Política Económica
La perspectiva del mundo que tiene Friedman se fundamenta en la siguiente consigna: la capacidad de coaccionar —el poder— no se ejercita en los mercados libres. Por desgracia, la clara división que establece Friedman entre los mercados sin poder y la política cargada de poder es pura ficción. Todo mercado es un constructo social y político, moldeado por el cabildeo, la influencia política y el gasto de las asociaciones comerciales. ¿El hecho de que el poder se ejercita en mercados clave quiere decir que para conseguir metas sociales deberíamos implorarles a los ejecutivos corporativos que hagan el bien? En realidad, no, y en este punto concordamos con Friedman. Más bien, deberíamos usar la política y las políticas públicas, en vez de tener que apelar a la conciencia de los directores ejecutivos, como contrapeso para el poder y para construir una sociedad decente.
21. Felicia Wong,
directora ejecutiva del Instituto Roosevelt
Friedman cierra con una advertencia: la doctrina de “responsabilidad social” podría invadir “todas las actividades del ser humano”. En realidad, es todo lo contrario. En la actualidad, la mentalidad del accionista, el cortoplacismo, la idea de que “la avaricia es buena”, invade todo.
En opinión de Friedman, el mundo está ordenado. La eficiencia de las empresas es capaz de resolver los problemas sociales, siempre y cuando recortemos los impuestos y ofrezcamos más opciones educativas. Son ideas que había planteado desde mediados de los años cuarenta, pero que apenas fueron viables en los años setenta, cuando la promesa de mercados “libres” organizados ofrecía un escape del caos político.
Traigamos a la mente el temor imperante en Estados Unidos (abrumadoramente blanco) en la época en que Friedman escribió este ensayo. Watts. Detroit. Vietnam. La Universidad Estatal de Kent. La Universidad Estatal de Jackson. El asesinato de Martin Luther King Jr. y del senador Robert Kennedy. La educación sexual en las escuelas. Los niños que se dejaban el cabello largo. Detrás de la prosa de Friedman había una promesa: los empresarios se encargarán de restaurar la prosperidad y el orden y salvarán a las familias estadounidenses, con sus rostros blancos y cercas de madera.
Quienes defendieron las ideas de Friedman y las llevaron al poder (hasta la Casa Blanca) fueron los conservadores sociales, desde los evangélicos del condado de Orange hasta Ronald Reagan, que de verdad aplicaron su doctrina a “todas las actividades del ser humano”. Esta situación nos llevó a la decisión implacable de hacer girar todo en torno a las utilidades, incluso en el sector público, y a un presidente que ensalza el arte de los acuerdos, pero al mismo tiempo encabeza una respuesta incompetente a múltiples crisis nacionales y una economía en que 30 millones de estadounidenses no tienen suficientes alimentos.
22. Russ Roberts,
investigador del Instituto Hoover en la Universidad de Stanford
La palabra “competencia” solo aparece una vez en el ensayo de Friedman y es en la última oración. Sin embargo, el concepto que tenía Friedman de la competencia se encuentra en gran medida a la raíz de su argumento. Puesto que estaba convencido de que las empresas debían tener como meta obtener ganancias y no otro objetivo más idealista, por lo regular se asume que Friedman era “partidario de los negocios”. Es una noción que negó con insistencia. Friedman era partidario del mercado: las empresas deberían estar sujetas a la competencia. Las empresas que trataban bien a sus empleados y clientes con seguridad sobrevivirían el proceso de la competencia. Aquellas con mal desempeño perderían clientes y empleados hasta que, finalmente, no pudieran seguir operando.
Friedman con frecuencia hacía notar la singularidad de que los llamados capitalistas, los dirigentes de empresas, en general fueran anticapitalistas: preferían mantenerse al margen de la competencia de los mercados libres. Cabildeaban para que se impusieran aranceles y cuotas que mantuvieran fuera a la competencia internacional y argumentaban que su industria necesitaba un trato especial, como subsidios, políticas que Friedman criticaba sin reparo.
¿Pero acaso alentar la generación de utilidades no les da a las empresas cierta licencia moral para explotar a sus trabajadores y clientes? Friedman temía lo contrario: que trabajar con menos ahínco para tener utilidades privaría a la competencia de su capacidad de impulsar a las empresas a mejorar su desempeño como empleadores e innovadores.
La adopción relativamente entusiasta por parte de Estados Unidos de los mercados y la competencia crea prosperidad. Al igual que muchos observadores en la actualidad, Friedman quería que la prosperidad estuviera más extendida. No obstante, como señala su ensayo, no estaba convencido de que las empresas debieran pagar salarios más altos como un imperativo social. Más bien, promovía una reforma educativa que les diera a los niños criados en la pobreza las habilidades necesarias para ser más productivos en un sistema de mercados.
23. Darren Walker,
director ejecutivo de la Fundación Ford
En la propaganda política, una acusación muchas veces revela una admisión. La “doctrina más subversiva” fue (y sigue siendo) la de Friedman. Su doctrina absolvía a la empresa de su responsabilidad de servir como impulsora de inclusión e integración racial. Produjo generaciones de líderes empresariales dedicados a la primacía sagrada del valor de los accionistas. Así, el pensamiento de Friedman adquirió carácter de teología, el andamio intelectual que les permitió a sus discípulos justificar décadas de excesos con la noción de que la ambición es buena.
Quedaron en el pasado los días en que alguien como mi abuelo, apenas alfabeta y sin haber siquiera terminado la educación primaria, podía trabajar como maletero y disfrutar un plan de reparto de utilidades de una empresa que le daba dignidad a su trabajo. En su lugar se establecieron nuevas condiciones que desbarataron nuestro contrato social e hicieron que nuestra economía perdiera el equilibrio, lo que fomentó las desigualdades insostenibles que asolan a Estados Unidos en la actualidad.
Soy un capitalista orgulloso. Creo en la singular capacidad del mercado de mejorar la vida y el sustento de las personas, en especial cuando es justo e inclusivo. Después de todo, el mismo Adam Smith advirtió que “sin duda, ninguna sociedad puede florecer y ser feliz si la mayor parte de sus miembros viven en la pobreza y son miserables”. Por desgracia, el punto que omitió Friedman es que, en una sociedad democrática capitalista, la democracia debe ser la prioridad. “Nosotros, el pueblo”, somos quienes les damos permiso a las empresas de operar; a ellas les corresponde ganarse ese permiso y renovarlo.
Corporate Social Responsibility
- United States Economy
- Capitalism (Theory and Philosophy)
- Economics (Theory and Philosophy)
- United States Politics and Government
- Conservatism (US Politics)
- Friedman, Milton
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