El cacao, semilla de reconciliación

Texto: Nicolás Rocha Cortez

El cacao, semilla de reconciliación

Texto: Nicolás Rocha Cortez

La región del Urabá antioqueño, corredor en el que se cruzan
los océanos Pacífico y Atlántico, se ha caracterizado por su riqueza
agrícola, la belleza de sus paisajes y el calor de sus gentes. En una
tierra que fue escenario de violencia, el cacao se erigió como una
herramienta de reconciliación, paz y esperanza. ¿Qué hace que los
granos sean tan codiciados y viajen desde Colombia hasta, por
ejemplo, Estados Unidos?

La puerta del sol está entre las faldas aparentemente infinitas del Urabá antioqueño. Las montañas, que desde hace décadas esconden miles de hectáreas de banano, café y cacao entre el verde sólido de su paisaje, son el hogar de Javier Velázquez Sepúlveda, un reconocido líder de la región que comenzó, junto a sus vecinos, la Asociación de Campesinos Productores de Alimentos de Urabá hace más de cinco años. Hoy, ASOCPRAUR tiene 690 asociados entre Apartadó, Turbo y Carepa. Pero, ¿cómo es que este proyecto llegó a ser una de las iniciativas más reconocidas de la región y del país?

Javier nació en 1976. Lo hizo en la misma región en la que todavía vive: el Urabá antioqueño. Hijo de una obrera bananera, creció con dos hermanos y una hermana entre la rutina agrícola y familiar. Sin embargo, producto de la violencia en la región, sus dos hermanos fueron asesinados. Impulsados por las ganas de un cambio, compraron una finca en San José de Apartado, exactamente en la vereda La Balsa, y comenzaron a cultivar cacao junto con su madre y hermana.

Pero, al igual que con cualquier otro cultivo, la falta de conocimiento técnico no les permitía explotar completamente el potencial de la tierra que habían comprado, y la dificultad se hizo incipiente los primeros años.
–En ese entonces no se conocía el desarrollo de los clones regionales –en Colombia hay tres tipos de cacao: forastero, criollo y trinitario, los clones se realizan para poder reproducir las características positivas de una planta–, ni la matriz de compatibilidad en el cacao. Entonces, empezamos a sembrar clones casi que ciento por ciento híbridos. Tiempo después llegaron los clones universales. Pero, al comienzo, como no se conocía casi nada, sembramos árboles incompatibles –lo que dificulta mantener una calidad homogénea en la cosecha–. Fue una experiencia muy difícil, no únicamente para nosotros, sino también para los vecinos. – Dice Javier durante una llamada telefónica.

Fue gracias a la dificultad que significó avanzar en ese proceso que Javier tuvo la idea de asociarse con otros campesinos, quizás si se unían podían intercambiar conocimiento, ayudarse ente ellos y lograr avanzar apoyados en la colectividad. Al comienzo fueron treinta productores de la vereda en la que vivían y trabajaban: La Balsa.

¿El problema más grande al que se enfrentaban? La alta intermediación en la comercialización del cacao. En ese entonces, los campesinos perdían entre el veinticinco y el treinta por ciento sobre el valor total del producto. Es decir, costos como la mano de obra, el sacrificio de la carga, el transporte y el descargue salían de los bolsillos del campesinado y nunca eran tenidos en cuenta a la hora de pagar un precio justo por el grano.

–Nosotros vendíamos el cacao en ese entonces a 3000 pesos,
o a 2700. Pero después conocimos que en otras entidades
el cacao valía entre 5000 y 6000 pesos. – Afirma Javier.

Gracias al resultado de la asociatividad, los campesinos de la región comenzaron a ver los beneficios de la juntanza rápidamente. Fue a través de un proyecto que desarrolló la Gobernación de Antioquia, que inicialmente era una propuesta para todos los rubros económicos –es decir, personas que trabajaran con banano, café o cualquier producto agrícola–, que Javier fue en representación de los campesinos cacaoteros de la asociación –el primer año llegaron a ser 250– y continuó con la consolidación de ASOCPRAUR.

Pasar de vender el cacao de 2000 o 3000 pesos a casi 6000, fue un hecho sin precedentes en la región. Solo por esa iniciativa, y en palabras de Javier, ASOCPRAUR obtuvo una popularidad inmediata.

–Eso hizo que la asociación creciera de una manera acelerada. En menos de dos años ya tenía más de cuatrocientos asociados.

Producto del esfuerzo de Javier junto a los demás miembros de ASOCPRAUR, el primer reto se logró. El acceso a precios justos llamó la atención del resto de los campesinos de la región que, motivados por los logros obtenidos, se unieron rápidamente, aumentando la presencia de la asociación en Turbo y Carepa, llegando incluso a comunidades indígenas cacaoteras. 

Gracias a la cantidad de personas que se unía diariamente, Javier comenzó a tocar puertas más grandes. Con la Fundación Gran Colombia, por ejemplo, lograron mejorar las condiciones de productividad, asistencia técnica y el fortalecimiento de la infraestructura del campesinado del Urabá. De igual manera, y gracias a la visión conjunta de la asociación, disminuyeron inmediatamente el uso de agroquímicos debido a los riesgos que significan para la salud de las personas. Ya fueran enfermedades terminales, cáncer, entre otras. 

–Nosotros comenzamos a apostarle a la producción limpia, a vender alimentos sin contaminantes. Todo porque nos llamó mucho la atención que, para exportar a Estados Unidos, y a otras partes, nos decían que no querían el cacao con químicos y nos explicaban por qué eso generaba cáncer; o por qué los glifosatos reducían la capacidad visual. Entonces, lo primero que nos preguntamos entre todos fue por qué sí nos venden los glifosatos desde Europa y Estados Unidos a Colombia, pero ellos no los consumen. Fue en ese momento en el que entendimos que estábamos comprando enfermedades.

“Para un campesino con necesidad de alimentar a su familia
no existe la conservación. Para él, como para cualquier
persona, la conservación radica en subsistir, sobrevivir el
día a día y darle una alternativa, un futuro a los hijos. Así
eso signifique tomar la motosierra y talar árboles”,

¿La solución? Dar un giro de 180 grados y apostarle al cacao orgánico. El proyecto comenzó con 60 campesinos que comenzaron a cultivar cacao de esta manera. Tuvieron que aprender, que formarse y, en medio de ensayo y error, perfeccionar las nuevas prácticas agrícolas. 
Fue en ese momento en el que la Fundación Bancolombia –con el programa En Campo– apareció en el mapa de la mano de la certificación orgánica regenerativa. Esto catapultó a ASOCPRAUR en materia de sostenibilidad, autocuidado, y sobre todo el tema del mercado justo. Gracias a este programa de la Fundación, la asociación obtuvo la certificación orgánica regenerativa, que es la certificación ROC, y con ella un gran aliado comercial: Luker.

El gigante del chocolate, que exporta a países como Japón, Canadá, Estados Unidos y Reino Unido y que ha cosechado buena fama por pagar el cacao a precios justos, cuidar a los productores, llevar a los importadores –como la marca estadounidense Good Sam– a conocer a los campesinos que cultivan el cacao a partir del cual se hacen chocolates, coberturas y demás productos derivados, cerró la brecha entre el campesinado y desarrollar proyectos cada vez más ambiciosos. Como un centro de beneficio comunitario, el primero que se construye en Urabá.

El cacao orgánico, trazable y libre de químicos es un lujo nuevo para la región más cacaotera de todo Colombia. Y es que, el Urabá llegó a tener 2.600 hectáreas de cacao. Sin embargo, después de la violencia bajó la tasa producción, pero se mantuvo en un promedio de 1.200 a 1.400 toneladas de cacao, al menos en Apartadó. Actualmente, la región llega a producir entre 3.000 y 3.500 toneladas anuales. Significando una gran parte de los ingresos de campesinos, comunidades indígenas, afrocolombianas, entre otras.

Gracias al proceso de paz y a este tipo de iniciativas, como la liderada por Bancolombia a través de la Fundación Bancolombia, la calidad del producto mejoró considerablemente, al igual que su precio, que aumentó entre un diez y un quince por ciento al tratarse de grano orgánico.

Además, Bancolombia invirtió en proyectos de educación financiera con los asociados a ASOCPRAUR, bancarizó inicialmente alrededor de cien miembros con cuentas de ahorro a la mano. Entregó, además, cerca de cincuenta dispositivos móviles para el manejo de los recursos, digitalizó el campo de tal manera que el flujo de dinero fue mucho más sencillo –ya que antes se manejaba únicamente con pagos en efectivo–, ahorrando tiempo y recursos. 

Actualmente, con el cierre del pivote y de cara a mejorar el encadenamiento productivo, gracias a la ayuda de Bancolombia, los nuevos proyectos beneficiarán a cerca de 450 productores de cacao, facilitando la inclusión –enfocándose en mujeres y personas jóvenes que quieran trabajar el campo para propiciar el relevo generacional–, la educación financiera y el acceso a financiación para mejorar los cultivos.

Mientras tanto, Javier sigue trabajando para que la asociación crezca y llegue a más y más personas. Se levanta a las cinco y media de la mañana, lleva a sus hijos al colegio y se aparece en la tienda de la esquina, esa misma en la que los trabajadores lo reciben con la misma pregunta: ¿un chocolatico, don Javier? Luego de tomarse su tasa caliente, asiste a los puntos de compra, revisa la calidad de los granos, hace despachos, negocia ventas con base en los precios de comercialización del día, llama a los productores para ver en dónde hay puntos débiles en la cadena de valor y así idear estrategias para seguir mejorando. Vuelve a su casa a las siete de la noche y se encuentra con su familia. Tan solo para, al otro día, levantarse con el rayo de sol y lograr que los miembros de la asociación y toda la región del Urabá crezcan y tengan una mejor calidad de vida.

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