Un experimento con 50 millones de personas y dos años de duración para cambiar nuestra manera de trabajar
The New York Times Company31-03-2022
Kristen Egziabher estaba muy nerviosa antes de la pandemia, esperaba la noticia de un posible aumento salarial, hasta que su jefe regresó abatido de su reunión con los directivos.
“Les estaba proponiendo la idea de subirte el sueldo”, le contó. “Y luego hicieron comentarios como: ‘En realidad no conocemos a Kristen. Solo conocemos su trabajo’”.
¿Qué?
Claro, su trabajo. ¿Qué más podría ser relevante para una evaluación de desempeño? Pero esto era exactamente lo que siempre le había molestado a Egziabher, de 40 años, sobre su oficina, donde ocupaba el puesto de gerente de proyectos para una cadena restaurantera de comida texana. Sin importar su nivel de productividad, sus colegas parecían estar más interesados en las charlas triviales. ¿Qué hiciste el fin de semana? ¿Dónde compraste ese bolso? Egziabher, quien es negra, sentía que sus compañeros de trabajo blancos estaban obsesionados con ver quién se desvivía por entrar a su grupo exclusivo.
“¿Qué tiene que ver todo eso con mi sueldo?”, se preguntaba. “Para ser honesta, no me importa qué hicieron el fin de semana pasado”.
El trabajo a distancia le trajo un alivio temporal. Al cabo de varios meses de trabajar desde casa, Egziabher recibió un ascenso y un aumento salarial del 11 por ciento: “Si aún fuera a la oficina, tal vez habrían inventado alguna excusa relacionada con el carisma”.
Cuando se inauguró una de las primeras oficinas abiertas de Estados Unidos en Racine, Wisconsin, en 1939, las mujeres conformaban una tercera parte de la fuerza laboral del país. El diseño de esa primera oficina, muy similar al que usan los oficinistas modernos, se ajustaba a las necesidades de un empleado específico: alguien que podía quedarse hasta tarde porque no tenía prisa por llegar a casa a preparar la cena para sus hijos; alguien encantado de cruzarse con el jefe porque así podrían hablar de golf.
En otras palabras, la oficina jamás fue ideada para ser universal. Se diseñó para ciertas personas, con la expectativa de que todos los demás se adaptaran. Las pláticas de oficina, por ejemplo, quizás eran solo un ligero fastidio para un segmento de trabajadores, pero para muchos otros amplificaban la sensación de no pertenecer.
os últimos dos años constituyeron un experimento no planificado sobre una manera diferente de trabajar: unos 50 millones de estadounidenses abandonaron sus oficinas. Antes de la pandemia, en 2019, alrededor del cuatro por ciento de los empleados en Estados Unidos trabajaba exclusivamente desde casa; para mayo de 2020, esa cifra se elevó a un 43 por ciento, según Gallup. Por supuesto, eso quiere decir que una mayoría de la fuerza laboral siguió trabajando de manera presencial a lo largo de los dos últimos años. Sin embargo, entre los oficinistas, el cambio fue radical: antes de la COVID-19, solo el seis por ciento trabajaba únicamente desde casa, y ese porcentaje se elevó al 65 por ciento para mayo de 2020.
“Lo único que impedía los modelos flexibles de trabajo era la falta de imaginación”, afirmó Joan Williams, directora del Center for WorkLife Law en la Universidad de California, campus Hastings. “Ese problema se remedió en cuestión de tres semanas en marzo de 2020”.
No obstante, algunos ejecutivos ahora están abriendo de par en par las puertas de sus oficinas, incentivados por las restricciones cada vez más relajadas y los casos en descenso de COVID-19. La ocupación de oficinas en todo el país alcanzó un máximo durante la pandemia del 40 por ciento en diciembre, decreció debido a la variante ómicron y luego empezó a incrementarse de nuevo hasta alcanzar el 38 por ciento este mes, según los datos de la empresa de seguridad Kastle. Goldman Sachs, JPMorgan Chase, American Express, Meta, Microsoft, Ford Motor y Citigroup son solo un puñado de las empresas que están convocando a volver a algunos trabajadores.
Cuando más de 700 personas respondieron a las preguntas recientes de The New York Times sobre regresar a la oficina, así como en entrevistas con más una veintena de ellas, surgió una infinidad de razones por las que la gente prefiere trabajar desde casa, además de las preocupaciones con respecto al coronavirus. Mencionaron la luz del sol, los pantalones deportivos, el tiempo de calidad con los hijos, el tiempo de calidad con los gatos, más horas para leer y correr, el espacio para ocultar la angustia de un día o un año terrible. Pero el argumento más contundente tenía que ver con la cultura laboral.
“No tiene mucho caso regresar a la oficina si solo vamos a volver a los antiguos clubs exclusivos”, comentó Keren Gifford, de 37 años, que ocupa un puesto en tecnología de la información y a quien todavía no le piden que vuelva a la oficina. “Es un alivio no tener que ir a la oficina todos los días, todas las semanas, solo para no poder hacer amigos ni divertirnos”.
Muchos, como Gifford, se dieron cuenta de que habían pasado toda su carrera en espacios diseñados para alguien más. Se puede notar en algo tan sencillo como la temperatura. Los termostatos en la mayoría de los edificios se apegan a un modelo desarrollado en los años sesenta que toma en cuenta, entre otros factores, la tasa metabólica en reposo de un hombre de 40 años de casi 70 kilogramos de peso, según un estudio publicado en Nature Climate Change. Esto hizo que las mujeres pasaran los años previos a la pandemia helándose en sus cubículos, valiéndose de chales, calentadores ambientales y mantas en las que podían enrollarse “como un burrito”.
Algunas incluso guardaban guantes sin dedos en sus escritorios, como Marissa Stein, de 37 años, que trabaja en una organización ambiental sin fines de lucro. Cuando Stein empezó a trabajar a distancia, pudo configurar la temperatura de su hogar a 20 grados Celsius, un punto medio entre las preferencias más frías de su esposo y las suyas. “A veces la elevo a 21 cuando mi marido no se da cuenta”, reveló.
Pero ese es solo el ejemplo más sencillo de cómo el espacio físico de la oficina se diseñó para satisfacer las necesidades de un tipo muy específico de trabajador.
Y ahora, algunas de las empresas que intentan convocar de vuelta a su personal enfrentan una oleada de resistencia de parte de trabajadores envalentonados que cuestionan los modelos tradicionales, que en general eran complicados para muchos. Están las personas de color cuyos colegas les preguntaban una y otra vez cómo funcionaba la fotocopiadora. Están los introvertidos que nunca querían charlar sobre ligas de futbol americano de fantasía. Están los padres y madres que tenían que salir corriendo para llegar a tiempo a la salida de la escuela y sentían que no cumplían con las expectativas laborales implícitas y apenas satisfacían las necesidades de su familia.
Dos encuestas nacionales hallaron que, desde el inicio de la pandemia, ha habido una reducción en el porcentaje de empleados que dicen que trabajar horas extra o estar disponibles fuera de su horario laboral es importante para tener éxito en su empresa, según Youngjoo Cha, socióloga de la Universidad de Indiana.
“Fuimos parte de un experimento a nivel nacional en torno al teletrabajo”, mencionó Cha. “Estas condiciones desafiaron la noción del trabajador ideal”.
Estudios con 10.000 oficinistas realizados el año pasado por Future Forum, un grupo de investigación respaldado por Slack, sugieren que las mujeres y las personas de color eran más propensas a ver beneficios en el trabajo a distancia que los hombres blancos. De los trabajadores del conocimiento en Estados Unidos, es decir, los que desempeñan labores no manuales, el 86 por ciento de los de origen hispano y el 81 por ciento de los de raza negra dijeron que preferían el trabajo remoto o híbrido, en comparación con el 75 por ciento de los blancos. Además, a nivel global, el 50 por ciento de las madres que trabajan que participaron en los estudios informaron querer trabajar a distancia la mayoría del tiempo o siempre, en comparación con el 43 por ciento de los padres. El sentido de pertenencia en el trabajo aumentó un 24 por ciento para los trabajadores del conocimiento negros que fueron encuestados, en comparación con el 5 por ciento para los blancos, desde mayo de 2021.
Claro que hay quienes echan de menos los límites entre la vida profesional y personal que existían antes de la COVID-19: “A veces mi esposo llega a casa y enciende la televisión, y yo le grito: ‘¡Prendiste la tele en mi oficina!’”, relató Barbara Harris, de 49 años, que trabaja en servicios profesionales en Virginia.
Otros, sobre todo los gerentes, argumentan que es más difícil desarrollar una cultura de manera virtual. ¿Alguien de verdad quiere conectarse a otra noche de juegos por Zoom? Algunas personas escribieron al Times para expresar su añoranza por las conversaciones amenas con sus compañeros de equipo sobre cosas como Calabozos y Dragones, Nintendo y Marvel, o solo para decir que el trabajo a distancia puede llegar a ser solitario: “Me deprime un poco despertar a las ocho de la mañana, ir a mi mesita de café, sentarme frente a la computadora en Zoom de nueve de la mañana a cinco de la tarde, y luego solo cerrar mi computadora y no haber salido de mi pequeño estudio en todo el día”, narró Dave Marques, de 24 años, estudiante y escritor independiente.
Para Chantalle Couba, de 46 años, consultora en Charlotte, Carolina del Norte, el espectro de las charlas y bromas de oficina se ha agravado con el abismo entre la experiencia de la pandemia de sus colegas y la suya. Para algunos de ellos, los últimos dos años al parecer solo significaron irse a descansar a su casa del lago. Mientras que Couba no puede contar ni siquiera tres personas en su comunidad que no hayan perdido a un ser querido a causa de la COVID-19.
Un día reciente, comenzó su día hablando por teléfono con una amiga que estaba decidiendo si debía cremar o enterrar a su madre, que murió de COVID. Luego, Couba tuvo que conectarse a una llamada del trabajo y aparentar que todo estaba bien entre comentarios superfluos. Le aliviaba estar en casa para poder desconectarse después y tener tiempo de respirar.
El año pasado, Couba sostuvo conversaciones discretas con las mujeres negras de sus círculos para ver cómo estaban y descubrió que, para la mayoría, dejar la oficina había sido una fuente de tranquilidad. En ocasiones, recuerda las conductas y microagresiones que solía enfrentar en el lugar de trabajo. Una vez, se sentó cerca de un hombre que leía en voz alta los currículos de candidatos que no habían estudiado en escuelas prestigiosas para luego tirarlos con dramatismo en el cesto de reciclaje.
“Sigue habiendo muchos espacios en muchas industrias donde el solo hecho de ser una mujer de color es motivo suficiente para excluirte”, mencionó. “Las conversaciones privadas, las charlas antes y después de las reuniones, los chistes locales, todo eso se suma para hacerte ver que no encajas del todo”.
“¿Qué han hecho las empresas para mejorar las cualificaciones profesionales de los altos directivos y gerentes de modo que regresen a la oficina con empatía?”, agregó Couba. “Ninguna persona que vuelva a la oficina en los próximos tres meses es la misma que era cuando se fue”.
La oficina jamás fue ideada para ser universal. Se diseñó para ciertas personas, con la expectativa de que todos los demás se adaptaran. (Richard Borge/The New York Times)
Al igual que muchas personas que empezaron a trabajar a distancia durante la pandemia, Kristen Egziabher ahora prefiere trabajar desde casa para poder enfocarse en el trabajo, no en la política de la oficina. (Josh Huskin/The New York Times)
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