Su experiencia como ayudante de camarero a los 13 años preparó a Darren Walker para dirigir la Fundación Ford
The New York Times Company10-09-2021
WALKER SUBIÓ LA “ESCALERA SOCIAL” DE ESTADOS UNIDOS DESDE LA TEXAS RURAL HASTA WALL STREET. AHORA SIENTE “TANTO GRATITUD COMO INDIGNACIÓN” POR UN PAÍS QUE CREE QUE HA LLEGADO A UN PUNTO DE INFLEXIÓN.
Darren Walker es el primero en reconocer su propio privilegio. Como presidente de la Fundación Ford, es el encargado de supervisar a un gigante filantrópico de 13.000 millones de dólares. Como miembro del consejo de PepsiCo, tiene la atención de la élite del mundo empresarial. Con una personalidad magnética, Walker disfruta de la amistad de figuras tan diversas como Elton John y Mark Zuckerberg.
Sin embargo, incluso con un éxito de esa magnitud, Walker dice que no ha perdido de vista su misión. En todo lo que hace, Walker afirma estar enfocado en tratar de mejorar la vida de las personas que, en sus palabras, son “invisibles en nuestra sociedad”. Es decir, personas como el niño que alguna vez fue.
Nacido en un hospital de caridad en Luisiana y criado en un pueblo rural de Texas, Walker se trazó un camino improbable hacia la cima de la filantropía. Creció siendo pobre, negro y gay en el sur. Asistió a escuelas públicas, fue a la universidad gracias a una beca, y luego llegó a la ciudad de Nueva York para ejercer el derecho. Con el tiempo, se trasladó al mundo de la banca de inversiones.
Tras acumular algo de dinero, Walker se fue de Wall Street para trabajar en una organización de desarrollo económico sin fines de lucro en Harlem. De allí, asumió un rol ejecutivo en la Fundación Rockefeller, y luego se unió a la Fundación Ford en 2010, donde se convirtió en presidente en 2013.
Desde entonces, ha reorientado el trabajo de la fundación, que ya estaba enfocado en la justicia social, para concentrarse en reducir la desigualdad. “La justicia no es una idea de izquierda que se inventó en la década de 1960”, dijo. “La justicia es fundamental para el ADN de un Estados Unidos exitoso”.
Esta entrevista, condensada y editada para mayor claridad, se llevó a cabo en las oficinas recientemente renovadas de la Fundación Ford en la ciudad de Nueva York.
P: ¿Cómo fue su infancia?
- R: Mi madre me parió en un hospital benéfico, en una época de segregación. Vivíamos en un pequeño pueblo a las afueras de Lafayette llamado Rayne, en Luisiana, la capital de las ranas de Estados Unidos. Nunca conocí a mi padre, así que en realidad no puedo hablar mucho de él. Pero mi madre nos llevó a mi hermana y a mí a vivir con nuestra tía abuela en un pequeño pueblo rural en Texas llamado Ames, con una población de 800 habitantes. La sede del condado era el pueblo de Liberty, que solo era de blancos. Y el siguiente pueblo era Ames, que era el pueblo de color, donde vivíamos en una casita sureña estrecha.
Un día en 1965, estaba sentado en el porche con mi madre cuando una señora se acercó y le contó a mi madre sobre un nuevo programa llamado Head Start. Tuve la fortuna de estar en la primera generación de Head Start, en el verano de 1965. Fui uno de los oradores en su aniversario 50, y en mi discurso resalté lo agradecido que estoy con este país, porque fui un niño en una época en la que Estados Unidos creía en los niños y las niñas pobres que vivían en caminos de tierra, en casas humildes, en pueblos pequeños de todo el país.
P: Dice que Estados Unidos “creía”. ¿Ese tiempo en pasado es intencional?
- R: Creo que es una pregunta. Estamos en un momento de inflexión para Estados Unidos. Tenemos que tomar algunas decisiones acerca del tipo de país que queremos tener en el futuro. ¿Es uno en el que las personas que vengan de contextos como el mío tendrán la oportunidad de utilizar la misma escalera social que yo utilicé? El sistema económico de aquel entonces hizo posible que mi madre nunca tuviera que recibir asistencia social. Siempre estuvimos en el borde, pero mi madre, incluso con solo un diploma de bachillerato y un título técnico como asistente de enfermería, logró subsistir. Ella no podría hacer eso hoy porque el sistema económico para trabajadores poco cualificados produce un salario que no permite que un trabajador le proporcione un nivel de vida decente a su familia. Eso es lo que me preocupa.
Asistí a buenas escuelas públicas y llegué preparado a la universidad. Fui a una institución pública que tenía una matrícula barata y estudié allí gracias a una beca. Tuve al viento a mi favor. A veces la gente me dice: “Oh Dios mío, debe haber sido muy duro haber crecido siendo pobre y gay en el sur”. Pero siempre sentí que mi país me alentaba, que Estados Unidos creía en mí. Por eso siento gratitud y rabia al mismo tiempo. La gratitud que siento es profunda e inquebrantable. Y la rabia e indignación que siento es palpable, como esa idea de Langston Hughes de dejar que Estados Unidos vuelva a ser Estados Unidos.
P: ¿Ya tenía así de desarrollada su conciencia social cuando llegó a Nueva York siendo un joven abogado?
- R: No era una prioridad. Para dejarlo claro, quería asegurarme de tener cierta seguridad financiera. Una de las cosas que implica crecer en la pobreza es que nunca más quieres volver a ser pobre, y tener claridad al respecto es bueno. Para mí, siempre se trató de trabajar en una profesión que me permitiera tener cierto atisbo de seguridad financiera. No había nada de romántico en eso. Pero cuando trabajas en Wall Street, te das cuenta de que a mucha gente le apasiona acumular dinero. Para realmente hacerlo debes tener una verdadera pasión por ello, y yo no la tengo.
P: ¿Cuándo se dio cuenta de eso?
- R: Lo que pasó fue que un día en 1991, mientras caminaba por el área de recepción del parqué de UBS, vi una edición de The Economist sobre la mesa con el titular: “Los negros descartados de Estados Unidos”. Fue un titular demasiado provocador, y esto sucedió más o menos en el mismo momento en que conocí a Calvin Butts en la Iglesia Bautista Abisinia, quien estaba comenzando a establecer una nueva organización de desarrollo en Harlem.
Tenía algo de dinero y me di cuenta de que quería trabajar en Harlem. Así que me tomé un año para averiguar qué iba a hacer. Con el tiempo, me contrataron como director de operaciones en la Corporación de Desarrollo Abisinio (ADC, por su sigla en inglés). Lo que me emocionó fue pensar: “Dios mío, realmente puedo aportar valor a esta idea de revitalizar Harlem, porque de hecho sí tengo conocimientos sobre la financiación de proyectos”.
P: ¿Cómo fue la transición de ADC a Rockefeller?
- R: En ADC trabajábamos con un sentido de urgencia. Todos los días, por lo general, yo era la primera persona en llegar a la oficina, y ya había gente haciendo fila con el deseo de ingresar a Head Start, buscar vivienda o empleo. Todos los días tienes que rendirles cuentas a esas personas en la fila. Cuando llegué a Rockefeller, diría que había una estrategia más deliberativa para todo. Parte de esa estrategia se sentía académica.
Para mí, siempre ha habido una tensión entre la necesidad de pensar y la necesidad de hacer. Entre mis desafíos está el hecho de que siempre quiero hacer, y hacer sin pensar bien las cosas es peligroso. He tenido que moderar mi apremio con la reflexión. Pero, por otro lado, creo que debemos tener un sentido de urgencia en la filantropía, porque somos enormemente afortunados de tener recursos, conexiones y activos para tener un impacto.
P: Hay una corriente de pensamiento que afirma que la filantropía no ha sido para nada lo suficientemente urgente. ¿Ha influido esto en su trabajo en la Fundación Ford?
- R: Primero que nada, mi experiencia vivida es la que me da una perspectiva sobre el trabajo de la Fundación Ford. La experiencia que más me preparó para ser presidente de la Fundación Ford fue haber trabajado como ayudante de camarero cuando tenía 13 años. Cuando trabajas en ese cargo, eres la persona con el rango más bajo de la organización, junto con el lavavajillas. Eres invisible y solo eres relevante en la medida en que limpias las mesas luego de que la gente se va y te llevas las cosas que descartan. Nadie te percibe, nadie habla contigo, nadie reconoce tu dignidad. Y el hecho de ser invisibilizado y vivir la peligrosidad de los sistemas que invisibilizan a demasiadas personas en nuestra sociedad, ha influido en la manera en que concibo nuestro trabajo aquí en Ford.
Para mí, la pregunta acerca de cómo me establecí en la filantropía es difícil de responder porque hay una enorme cantidad de privilegio. Entonces, la pregunta para mí es, ¿qué estamos haciendo con nuestro privilegio?
P: Se está gestando cierta reacción negativa contra la gran filantropía. ¿Qué ha cambiado?
- R: La desigualdad ha cambiado. Los niveles de desigualdad que vemos en nuestra sociedad están generando mayor cinismo y desesperanza. Y la desesperanza es la mayor amenaza para la democracia estadounidense. Es totalmente entendible que el ciudadano estadounidense promedio sea más cínico ante la idea de equidad en el país hoy en día, porque hay menos equidad en Estados Unidos hoy en día. Esto va a sonar sarcástico, pero si estás buscando el sueño americano mejor múdate a Canadá, porque Canadá tiene un nivel más alto de movilidad social y económica que el de este país.
En la filantropía, nuestro negocio es la esperanza. Debemos ser constructores de esperanza. Debemos invertir en cosas que ayuden a crear más esperanza. Y uno de los caminos hacia una mayor esperanza es uno con más justicia. Ambas cosas están estrechamente vinculadas.
P: ¿Cuáles son algunos cambios razonables que cree usted se podrían aplicar en nuestro sistema económico para reducir la desigualdad?
- R: Hemos tenido un capitalismo inclusivo en este país. Hemos tenido prosperidad compartida. Estas no son ideas disparatadas. Parte de la manera en que podemos regresar a eso es comprender que no podemos tener una economía que produzca salarios fijos durante una década y esperar que la población pueda vivir con dignidad. No podemos tener sistemas públicos con un rendimiento deficiente y deplorable. Esas son las cosas que contribuyen al tipo de desigualdad y capitalismo del que Adam Smith se avergonzaría.
Existen soluciones, pero a nosotros los capitalistas no nos gusta hablar de dos cosas: la redistribución y la regulación. Para que nuestro capitalismo sea exitoso, tenemos que hablar de esas dos cosas. Mi fe en nuestra democracia capitalista es inquebrantable. Pero si seguimos teniendo un capitalismo que produzca cada vez mayores niveles de desigualdad, nuestra sociedad estará condenada al fracaso.
Walker, Darren (1959- )
- Ford Foundation
- Head Start
- Philanthropy
- Income Inequality
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